Foto: Chabolas en Pennsylvania, EEUU. Tomada del Archivo de la Biblioteca del Congreso.
Esta entrada ha sido escrita por el Movimiento Cuarto Mundo España.
El debate sobre la vivienda es constante. Pero en él poco se dice sobre las condiciones en las que viven quienes habitan en barrios de chabolas, sobre las familias que llevan años ocupando pisos vacíos porque no tienen otra opción de alojamiento que les permita seguir juntos o sobre lo duro que es dormir en la calle. Solo se habla de ellos cuando hay derribos, expulsiones o políticas que tratan de eliminarles de la visión pública.
A lo largo del año pasado, en la Universidad Popular Cuarto Mundo, estuvimos reflexionando sobre el derecho a la vivienda digna, reflexión que recogimos en el documento Vivienda Digna para todos y todas.
Partimos de definir qué es una vivienda digna: un lugar que reúne las condiciones básicas para estar y para dormir; un lugar para la familia, en el que poder relacionarse y acoger; un lugar en el que poder tener autonomía y no estar sometido a otros.
Son muchas las personas sin acceso a una hipoteca, ni a los recursos para un alquiler, ni siquiera a la mayoría de las Viviendas de Protección Oficial. Desde las administraciones públicas se ofrece poco apoyo y muchos obstáculos, con normativas que no se adaptan a la realidad, dejando fuera a quien no puede justificar su situación y penalizando sus alternativas de supervivencia. Cuando conceden la vivienda lo que se hace es controlar y vigilar, sobre todo a los más pobres, transformando su vivienda en una cárcel, fomentando el miedo a perder lo poco que se tiene: “Por un lado te están dando, y por el otro lado te están quitando, como el perro y la presa cuando la engancha. Te la están dando, pero te están vigilando. Una educadora, te la mandan para que te ayude, no te la van a dar para que te vigile. Pero se quedan con todo: si llevas el piso limpio, si no lo llevas limpio...”. Se vulneran así sus derechos a la autonomía y a la intimidad: “A mí, cuando me dieron el piso, la trabajadora social le dijo a la presidenta de la comunidad: ´todo lo que haga, me lo dice´”.
Y la lucha de quienes viven en situaciones más difíciles no cesa. Viviendo en la calle hay que esforzarse por mantener los cartones secos y moverse protegiendo las pocas pertenencias que se tienen; en la chabola se hacen grandes esfuerzos por mantener la limpieza y la higiene; cuando se consigue una vivienda protegida la lucha es para poder pagar alquiler, comunidad y facturas, sobre todo cuando el único ingreso fijo es la Renta Mínima de Inserción. Además, en todos estos casos, ser considerado diferente a los demás también obliga a un esfuerzo de convivencia.
¿No es posible otro modelo de política de vivienda? Si se aprovecharan las capacidades individuales se podría avanzar más, por ejemplo permitiendo que se asuman más responsabilidades en la construcción, el diseño y el cuidado de las casas. Así se construyeron, de hecho, los nuevos barrios de las grandes ciudades que surgieron con la migración interna del siglo pasado: a partir de la lucha colectiva, que llegó a ser reconocida por la Administración , como por ejemplo en el famoso Plan de Remodelación de Barrios de Madrid.
Ese es el reto ahora. Conseguir organizar una lucha común que aúne los esfuerzos de todos, no sólo de los que se expresan mejor o tienen más visibilidad. Y, desde ahí, desde esa puesta en pie individual y colectiva, forzar a los poderes públicos a asumir sus responsabilidades y promover una política de vivienda que permita a todos y a todas vivir con dignidad.
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